Comentario
Capítulo XIII
Del gobierno que los Yngas tenían y orden con sus vasallos
No había cosa, por menuda que fuese, en este Reino de que el Ynga no se mostrase cuidadoso y tuviese cuenta con ella, para probar lo que al buen gobierno era necesario, de suerte que desde el curaca y señor de veinte mil indios hasta el de diez, todos eran proveídos de su mano o de la de los cuatro orejones que asistían en su Consejo. Todo el Reino estaba dividido en el gobierno de esta manera, que cinco indios tenían superior que les mandaba, y diez indios y veinte y cincuenta y ciento y quinientos y mil y cinco mil y diez mil y veinte mil, y conforme eran los indios que mandaba y regía, así tenía la jurisdicción y facultad, el servicio, chácaras, indios y anaconas, vestidos y cuidados, de suerte que todo estaba por cuenta y razón. Al gobernador de la provincia daba el Ynga comisión que pudiese andar en andas, porque sin su licencia no podía ningún indio andar en ellas, ni en hamaca, ni asentarse en duo, que ellos llaman tiana, que todo esto era favor y merced del Ynga. Dábale también por mujer una ñusta del Cuzco o de su linaje, o de las que llaman yucanas, que también eran señoras principales, y con ella le daba ciento o ciento y cincuenta indias de servicio, que eran de las que estaban en las casas de depósito, o de las que habían cautivado en la guerra, y a el marido le daban seiscientos indios para que le sirviesen en su casa y chácaras, y en lo demás señalábanle doscientos tungos de chácara para maíz y otras comidas, que cada tungo es ochenta brazas en largo y cincuenta en ancho. Dábanle otros ochenta tungos para coca y otros tantos para ají, los cuales le señalaban en su tierra donde los pedía y en los Andes y lugares calientes. Dábales dos camisetas estampadas de oro y otras cuatro estampadas de plata, trescientas piezas de ropa de lipi y cumbi para el vestir ordinarios, dos cocos de oro y cuatro de plata, un collar a la turquesa, que llaman cauata, y otros de piedras que llaman llacsa, un gorjal de unas veneras coloradas, que llaman barcates, dos chispanas de oro, cuatro de plata; dábales mil ovejas de la tierra y a veinte y a diez y a cinco tejuelos de oro, conforme a la calidad de las personas y a los servicios que le habían hecho él o sus antepasados al Ynga. Cada tejuelo tenía seis marcos y con esto les daba una guaranca paia, que es hecha de plumería, a manera de sombrero sin copa, y otras diferentes plumas, para que saliese con ellas a bailar en las fiestas solemnes donde se hallaba el Ynga. Todas estas cosas daba a los señores que gobernarían veinte mil indios y diez mil, que a los de cinco mil daba la mitad de todo lo que está dicho, así de servicio como de los demás, excepto que no les daba mujer gusta ni de las principales mamaconas del Cuzco, sino de las más principales de provincia donde él era natural, y que pudiese andar en hamaca, y la ropa eran doscientas piezas y las ovejas ochocientas. Por esta orden iba disminuyendo, conforme la cantidad de indios que gobernaba y la calidad de la persona, hasta el señor de mil indios, que a éstos solamente se los daban en presencia del Ynga. De cincuenta indios abajo solía dar comisión para que los orejones o gobernadores de las provincias los nombrasen de los que a ellos mejor les pareciese, escogiéndolos en el pueblo.
Repartían al curaca de quinientos indios el servicio y dábanle un asiento de henea, que llaman chuicatiana, y por mujer una hija de un curaca su igual, con veinte indios de servicio y treinta y siete indios, un brazalete de oro, trescientas cabezas de ganado, un sombrero de pluma de colores, setenta tungos de chácaras, y la mitad de esto la daban al que seguía, excepto que no le daban tiana, y así iba bajando hasta el principal de veinte indios. Todo esto se les daba y señalaba perpetuamente para sus descendientes en el oficio, y así había muchos hermanos, hijos del curaca, y si el mayor no era suficiente para el gobierno, daba el Ynga comisión a uno de los cuatro orejones, o a todos juntos, que inquiriesen y supiesen cuál era el más hábil para el gobierno, y a aquél hacía traer delante de sí, y se lo daba.